domingo, 4 de septiembre de 2011

Si quieres te digo que no he vuelto a interesarme por ninguna otra espalda sólo para que entiendas que todo lo que te he contado es cierto, porque recuerdo al milímetro cada lunar que se posa en ella, su lugar y ubicación exacta, el tamaño y tono de cada uno. En especial recuerdo el lunar que tienes cercano al hombro derecho, ese del mismo tono que el café que estamos tomando y que, como no deje de hablar, se nos va a enfriar. Algo así como estar tumbados en el césped en silencio, fríos. Y en este caso no lo estoy usando como algo negativo, desde siempre nos hemos manejado mucho mejor en estaciones frías, con lo cual lidiamos con ellas sin ningún tipo de problema, es más, adoramos el frío, adoramos los silencios, los volvemos cálidos, los compartimos y los envasamos, los doblamos y hacemos con ellos barcos de papel silencioso.

Pero bueno, me voy por las ramas. Sabes? Ahora leo novelas de extraterrestres porque del mundo ya no quiero nada. Tampoco quiero que pienses que me he vuelto una inconformista, no me mires así, pero no es la primera vez que me planteo mudarme a algún ático de una galaxia paralela. Estoy segura que allí huele a incienso y tabaco de vainilla, y que puedes emborracharte tomando pompas de whisky flotantes por la poca gravedad, o por la ausencia de ella. Eso es. Flotamos. Flotamos y la corriente nos hace de madre salvadora y protectora, nos guía y nos cuida y nos da algo que echarnos por encima porque fuera refresca, no vaya a ser que el corazón se nos enfríe y le de un catarro descomunal.

El caso es que creo que toda esta afición por otras galaxias me viene de ver como mi vida la forman montones de decisiones ajenas. Por eso te hablo de lunares, te hablo de extraterrestres y de paralelismos que parecen el edén, porque creo que somos oportunidades echadas a perder, que este no es nuestro sitio, y ya no es sólo por la ciudad.

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